Déjela pasar adelante y siéntese a tomar café con ella.
Nunca la eche: déjela que se canse y se vaya por su propia cuenta.
Vívala: no le ofrezca resistencia. Hay días que fueron hechos para llorar.
No le agregue al dolor la frustración.
Póngale nombre: masculino, femenino, grandilocuente o cómico, no importa.
Dígale "buenos días", "buenas noches", llamándola por él. La palabra es mágica. Nombrar una cosa es ya perderle la mitad del miedo que le tenemos.
Póngala a trabajar para usted: transfórmela en poesía, en música, en belleza; y si usted no es artista, truéquela en amor.
Las personas que han perdido seres queridos a manos de régimenes opresivos, de guerras, de injusticias o enfermedades, pueden conferir sentido exstencial a su dolor a través de militancias, de cruzadas, de apasionadas banderías por las causas que juzguen necesarias para evitar el mismo infierno a quienes hayan de venir.
Pálpese el alma regularmente: no hay nada inherentemente malo en la tristeza, pero si ya comienza a venir todos los días con sus damas de compañía: obsesión, postración, apatía, pérdida de élan vital, pusión de muerte, entonces el momento de buscar ayuda afuera ha llegado.
No la esconda, como si de un crimen se tratase. Además: sumar a la tristeza el silencio es condenarse a uno mismo a la soledad "moral" de que hablaba Max Scheller: la peor de todas.
Por otra parte, no la exhiba en pancartas públicas: su tristeza es sagrada, y almas mediocres, primitivas o canallas bien podrían no entenderla o, lo que es aún peor, usarla.
No se avergüence de ella: es cuando estamos frágiles que emerge lo más bello, lo más puro de nuestro ser.
No le confiera poder omnímodo. La capacidad de abstraernos en una actividad exógena, nos va a arrancar, así no fuese más que momentáneamente, al Yo, residencia de la tristeza.
No se culpe a usted mismo por experimentarla. Tómela en sus manos, acurrúquela, caliéntela, así, junto al corazón, como si fuera un pajarito herido.
Que la tristeza lo aproxime a los demás en lugar de aislarlo. Que se convierta en un agente de solidaridad. Como decía Unamuno: "El dolor hermana a los seres humanos; la felicidad los separa".
En su Ética, Spinoza define la tristeza como "la incapacidad para actuar". Es posible en efecto, que nuestro impulso hacia la acción se vea disminuido: pero nada podrá robar a nuestra mente su vocación por el pensamiento puro, por la introspección, por el autoanálisis. En esto también, la tristeza puede ser un generador de conciencia, hacernos más lúcidos y sensatos.
Nunca la eche: déjela que se canse y se vaya por su propia cuenta.
Vívala: no le ofrezca resistencia. Hay días que fueron hechos para llorar.
No le agregue al dolor la frustración.
Póngale nombre: masculino, femenino, grandilocuente o cómico, no importa.
Dígale "buenos días", "buenas noches", llamándola por él. La palabra es mágica. Nombrar una cosa es ya perderle la mitad del miedo que le tenemos.
Póngala a trabajar para usted: transfórmela en poesía, en música, en belleza; y si usted no es artista, truéquela en amor.
Las personas que han perdido seres queridos a manos de régimenes opresivos, de guerras, de injusticias o enfermedades, pueden conferir sentido exstencial a su dolor a través de militancias, de cruzadas, de apasionadas banderías por las causas que juzguen necesarias para evitar el mismo infierno a quienes hayan de venir.
Pálpese el alma regularmente: no hay nada inherentemente malo en la tristeza, pero si ya comienza a venir todos los días con sus damas de compañía: obsesión, postración, apatía, pérdida de élan vital, pusión de muerte, entonces el momento de buscar ayuda afuera ha llegado.
No la esconda, como si de un crimen se tratase. Además: sumar a la tristeza el silencio es condenarse a uno mismo a la soledad "moral" de que hablaba Max Scheller: la peor de todas.
Por otra parte, no la exhiba en pancartas públicas: su tristeza es sagrada, y almas mediocres, primitivas o canallas bien podrían no entenderla o, lo que es aún peor, usarla.
No se avergüence de ella: es cuando estamos frágiles que emerge lo más bello, lo más puro de nuestro ser.
No le confiera poder omnímodo. La capacidad de abstraernos en una actividad exógena, nos va a arrancar, así no fuese más que momentáneamente, al Yo, residencia de la tristeza.
No se culpe a usted mismo por experimentarla. Tómela en sus manos, acurrúquela, caliéntela, así, junto al corazón, como si fuera un pajarito herido.
Que la tristeza lo aproxime a los demás en lugar de aislarlo. Que se convierta en un agente de solidaridad. Como decía Unamuno: "El dolor hermana a los seres humanos; la felicidad los separa".
En su Ética, Spinoza define la tristeza como "la incapacidad para actuar". Es posible en efecto, que nuestro impulso hacia la acción se vea disminuido: pero nada podrá robar a nuestra mente su vocación por el pensamiento puro, por la introspección, por el autoanálisis. En esto también, la tristeza puede ser un generador de conciencia, hacernos más lúcidos y sensatos.
Jacques Sagot
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