domingo, 21 de marzo de 2010

¿Qué hacer con la felicidad?



No conspire contra ella: como a la tristeza, déjala pasar adelante y hacerle visita cuanto ella quiera. Instálese en el aquí y en al ahora (hic et nunc) para gozarla a plenitud. No la envenene con sus dos peores enemigos: el pasado (nostalgia, culpa, rabia), o el futuro (incertidumbre y ansiedad).

Vívala serena, lúcidamente. La felicidad no es un estallido, es una atmósfera, un efluvio. Respírela, déjese llenar por ella. Recuerde que una cosa es la felicidad y otra la contentera. La primera solo la pueden gozar las almas limpias, la segunda ha sido hecha para los tontos contentos.

Compártala, pero no humille a la gente con ella; no la exhiba ostentosamente. El mundo está lleno de dolor. Transmitir la felicidad es un deber ético; alardear de ella para subrayar la infelicidad de los que sufren es un acto de dominación, un despliegue de poder que en nada difiere de la riqueza material, cuando es obscena e inhumanamente desplegada.

Adminístrela: no la disipe en un enorme, bombástico fuego de artificio' para quedarse luego vacío y desencantado. Sonreír es mejor que carcajearse procazmente. En el mágico mundo de la mitología, la sonrisa es lo propio de los ángeles, la carcajada lo es de Satán.

Que lejos de retrotraernos al egoísmo, la felicidad nos mueva a la generosidad: solidarizarse, prodigarse ante el que sufre. No menos que el dolor, la felicidad debe compartirse. Dolor compartido es solo medio dolor, felicidad compartida es doble felicidad.

Así como el dolor fortalece, la felicidad puede debilitarnos: tengamos en todo momento presente que si las lágrimas son el precio de las sonrisas, estas también pueden presagiar a aquellas. La felicidad puede perderse, claro que sí: es imperativo en esos casos reinventarla.

La felicidad es, entre los sentimientos humanos, el más anhelado, pero, al mismo tiempo, el más amenazado: angustia, miedo, envidia, amargura, rabia, culpa' nada tiene tantos enemigos como la felicidad.

Preservemos la translucidez y serenidad de nuestro estanque: que no se enturbie y llene de círculos concéntricos.

La felicidad no es la evitación sistemática del dolor: tal es, ni más ni menos, el origen de la neurosis. La felicidad asume, integra, trasciende el dolor.

No tema perder la felicidad, que eso lo hará, paradójicamente, esclavo de ella. Arriesgue, juegue ose, gane algunas veces, pierda otras.

La felicidad es un motor de vida, no debemos ponerla bajo una campana de cristal y vigilarla el día entero. Haga de ella escudo, bandera, blasón: no la meta en un museo.

Jacques Sagot

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